Su verdadero nombre es Myong Yol, pero sus amigos necochenses lo conocen como Hugo. Este hombre tímido y de sonrisa fácil es conocido como comerciante, sin embargo son pocos los que saben que su verdadera profesión es la de profesor de matemáticas y su pasión la pintura.
Nació en Seul, la actual capital de Corea del Sur, hace 59 años, pero vive en la Argentina desde los 34 y en Necochea hace casi dos décadas.
Miembro de una familia de empleados públicos, Hugo amó desde la niñez el dibujo y la pintura. En la escuela participó incluso en varios concursos provinciales e incluso nacionales, y obtuvo algunos premios.
Sin embargo, sus padres consideraban que no tendría futuro como artista y no le permitieron estudiar. Por eso se volcó a la docencia y obtuvo el título de profesor de matemáticas.
Pero con el tiempo descubrió que ser docente no era ningún privilegio, ya que a las horas que pasaba en la escuela debía sumarle la corrección de tareas en el hogar y la preparación de las clases. "Trabajaba todo el día y ganaba poco", dijo Hugo.
En tanto, la estabilidad económica y política hacía muy difícil la vida en Corea del Sur y América Latina se veía como un paraíso donde el progreso era posible.
Algunos familiares y amigos que vivían en la Argentina lo invitaron a venir y Hugo decidió aventurarse junto a su esposa Sonia y su hijo.
Se radicó en Capital Federal y probó suerte en el rubro textil, pero era la época del gobierno de Alfonsí y Woo descubrió que de un día para otro su dinero y sus inversiones desaparecían debido a la inflación.
Fue por eso que decidió instalar un negocio en Necochea, "donde no había tanta competencia". Y le fue bien, ya que aquí no sólo tuvo la posibilidad de vivir de su trabajo, sino que descubrió el lugar ideal para volver a pintar.

Un hogar en Necochea
"Tuve suerte", afirmó Hugo, al referirse a la serie de hechos que lo trajeron hasta nuestra ciudad. Porque aquí, aseguró, puede vivir como siempre quiso y hacer lo que le gusta.
Corea del Sur se ha convertido en los últimos años en uno de los países más modernos y progresistas de Oriente. "Pero allá la gente vive trabajando. Tienen solvencia económica, pero no tienen tiempo", explicó.
Por eso, Woo cree que no podría volver a vivir a su país natal. "Aquí no tengo nada, pero puedo disponer de mi tiempo y disfrutar de las cosas que me gustan", señaló.
El tiempo le permitió en los últimos meses volver a pintar y montar su primera exposición. El fin de semana pasada inauguró una muestra en el pub de calle 4 entre 81 y 83.
Sus amigos, que conocían sus pinturas, le pedían desde hace tiempo que realizara una exposición y Hugo se animó, aunque él asegura que todavía le queda mucho por aprender.
Las obras expuestas son un recorrido por los paisajes de su Corea natal que aún perduran en su memoria. Aunque para recrearlos el pintor ha recurrido a su imaginación.
Sus hijos Hugo y Carlitos ya son grandes y se han independizado, por lo que este año decidió cerrar su negocio y tomarse un tiempo para la pintura.
Hugo parece haber logrado, tras años de lucha y a medio planeta de distancia de Seul, su sueño infantil de pintar y dibujar. Ahora se ilusiona con la posibilidad de exponer en Buenos Aires, invitado por un grupo de pintores coreanos residentes en la Capital.

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