Hace unos días se cumplieron sesenta años de la partida de los hermanos Inés y Juan Manuel Ibarguren desde Barcelona, en barco, hacía la Argentina, un país para ellos entonces desconocido. Viajaban junto a sus padres y sus hermanitos Jesús y María Angeles.
Hasta días antes habían vivido en Andoain, una pequeña ciudad del País Vasco, perteneciente a la Comarca de San Sebastián.
Ni los niños ni su madre Francisca Echeverría sabían a dónde iban. Sin embargo, para Juan Manuel Ibarguren padre, era como regresar a casa. El ya había vivido más de 20 años en la Argentina, en un campo de San Cayetano, donde explotaba un tambo.
“El 1º de diciembre se van a cumplir 60 años de nuestra llegada a la Argentina”, explicó Juan Manuel hijo.
El viaje a través del Océano Atlántico, en el buque francés Bretagne, duró poco más de 20 días y la familia Ibarguren llegó a Buenos Aires.
Desde allí los seis viajaron hacia Necochea, donde don Juan ya había comprado un tambo, a unos 20 kilómetros de nuestra ciudad.
“La nuestra es una historia atípica, porque mi papá vino a la Argentina cuando tenía 20 años y vivió acá hasta los 40 o 45, cuando decidió volver al País Vasco”, recordó Inés.
Los hermanos saben poco de las razones que trajeron a su padre hasta nuestra región. “A principios de siglo a la mayoría de los vascos los mandaban a hacer el servicio militar a Africa y allí estaban cuatro años, algunos morían, otros volvían enfermos. Sabiendo eso, cuando tenía 20 años, mi padre se escapó a Francia y de ahí vino a la Argentina”, explicó Juan Manuel.
“No sabemos cómo cayó en San Cayetano, pero aquí comenzó su tambo. Fue muy conocido y se hizo querer mucho, repartía la leche a todo el pueblo”, manifestó.
Tampoco saben la razón que lo llevó a abandonar todo para volver al País Vasco cuando tenía entre 40 y 45 años.
“Vendió todo y se fue”, señaló Inés. “Fue justo durante la caída de la Monarquía y se involucró mucho con la República”.
En aquellos años Juan Manuel Ibarguren también formó su familia con Francisca y en un lapso de cinco años, entre 1940 y 1945, nacieron sus cuatro hijos: Juan Manuel, Jesús, Inés y María Angeles.

Viaje a la Argentina
Pero la aparición del franquismo dejó a Ibarguren en una situación complicada. Le incautaron todos los bienes y comenzó una persecución política que aquel hombre no estaba dispuesto a hacer sufrir a sus hijos.
Por eso decidió volver a la Argentina, a hacer lo que sabía: trabajar en el campo.
Si bien los hijos sufrieron el desarraigo que significó aquella decisión, hoy Inés valora aquella determinación de su padre: “Especialmente ahora cuando lo vemos a la distancia. Mi papá era un hombre grande, tenía 65 o 68 años, y es muy valorable que haya decidido empezar de nuevo a esa edad por sus hijos”, afirmó.
Sin embargo, en aquel momento los hermanitos lo sufrieron. Juan Manuel, que en la actualidad tiene 73 años, tenía 13 cuando dejó el País Vasco. Recién había terminado el colegio primario y “no tenía ni idea de lo que era Argentina”.
“Y no sólo eso, nosotros dejamos los abuelos, los tíos, los primos, los amigos, toda la familia quedó allá. Vinimos los seis nada más”, dijo Juan Manuel.
Los cuatro hermanos pasaron de vivir en una pequeña localidad, con todos los servicios de una ciudad moderna, a un lugar desconocido, llano y sin ningún servicio.
“Vivíamos en la ciudad, íbamos al colegio, estudiábamos inglés, francés, música… Una vida totalmente diferente. Y de repente llegamos a un campo, donde no había nada”, explicó Inés.
Juan Manuel, fanático de la lectura, se encontró leyendo a la luz de una vela. En el campo no tenían luz, agua corriente ni baño como que habían conocido hasta entonces. El piso de la humilde vivienda era de tierra. “Los tres primeros años sufrí horrores”, dijo Ibarguren.
“Fue una época de soledad”, señaló Inés. “Mi hermana y yo hicimos la primaria sin asistir a clases, dando exámenes libres y después pudimos ir al secundario. Recién ahí tuvimos los primeros amigos argentinos”.
Pero como si la soledad y el desarraigo fueran poco para los cuatro hermanos, la vida en un tambo parecía agravar aún más la situación. “Nos levantábamos a las 4 de la mañana, juntábamos las vacas y después ordeñábamos. El lechero iba a las 6 o 7 de la mañana. Así eran todos los días, no había domingos ni feriados”, explicó Juan Manuel.
Sin embargo, aquellos cinco años de esfuerzo valieron la pena. Sus padres pudieron comprar una casa en la ciudad, en la esquina de 57 y 66, donde en la actualidad funciona la Liga de Madres de Familia.
Poco después, la amistad con Saúl Eseberri, le permitió a Juan Manuel Ibarguren padre colocar a sus hijos en buenos trabajos en la ciudad.
“Saúl llevó a trabajar a mi hermano al escritorio de él y a mí me colocó en una compañía exportadora de cereales, que se llamaba Compañía Continental”, explicó Ibarguren hijo. “Ahí empecé de cadete y se inició mi carrera de corredor de cereales”, señaló.
Si bien ya está jubilado, sigue trabajando en el mismo rubro, porque no se acostumbra a la inactividad.
En tanto, su hermana Inés se dedicó a la docencia y María Angeles es una reconocida obstetra.
En la actualidad Jesús Ibarguren y María Angeles viven en el País Vasco, en Andoain, ya que sus hijos están radicados allí.
Sin embargo, Juan Manuel e Inés se quedaron en Necochea, donde tienen a sus hijos y nietos.

Agradecidos
“Para mi padre Argentina era un país con futuro”, dijo Juan Manuel, quien se considera tan argentino como cualquiera, a pesar de que nunca se nacionalizó.
“Nosotros nos hemos realizado acá. Aquí desarrollamos nuestro trabajo, formamos nuestras familias y tuvimos a nuestros hijos y nietos”, explicó Inés. “Todo lo pudimos hacer en la Argentina y somos muy agradecidos por ello, pero eso no nos quita la tristeza de ser inmigrantes”.
“Siempre se es inmigrante”, dijo la mujer, que a pesar de haber pasado 60 de sus 69 años aquí, no puede olvidar su infancia en el País Vasco.
En su pueblo aún quedan muchos primos y las casas paternas aún pertenecen a miembros de sus familias. Cada tanto ambos regresan a su pueblo natal, pero aquí están sus vidas.
“Este país nos ha brindado muchísimo”, dijo Juan Manuel. “Cuando vine del campo, sin saber que hacer, fui al Club Rivadavia, que quedaba a la vuelta de la casa de 57 y 66”, recordó
“Me recibieron con los brazos abiertos y nunca me preguntaron quién era o de dónde venía. Eso es algo que yo valoro muchísimo del argentino”, dijo Juan Manuel, quien al igual que su padre, parece tener el corazón dividido entre dos países.

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