Cuando se recuerdan las primeras crónicas de la región, siempre se mencionan los textos escritos por el jesuita José Cardiel a mediados del siglo XVIII, pero nunca se menciona el nombre de Auguste Guinnard.
Este joven francés había llegado a América en 1855. Tenía entonces 24 años y creía que lo aprendido en su país, en el rubro de las exportaciones, le permitiría ganar dinero y podría así ayudar a su madre, que vivía en la pobreza.
Pero no tuvo suerte en Montevideo, primera ciudad americana en la que intentó ejercer su profesión y cruzó el Río de la Plata hacia Buenos Aires. Un año más tarde, se encontraba al borde de la miseria y buscaba desesperado algún trabajo que le permitiera subsistir en los campos ubicados junto al río Quequén.
Precisamente la desesperación, fue la que lo llevó a tomar una decisión temeraria y por poco suicida: iniciar un viaje a pie a Rosario, a través del campo y con la única compañía de un viajero italiano tan joven e inexperto como él.
El desastre no tardó suceder, los dos jóvenes se perdieron y sólo Guinnard sobrevivió, pero su vida se convirtió en un calvario. Durante tres años fue esclavo de los aborígenes que habitaban la Pampa y que odiaban a los cristianos. 

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Desde Quequén
“Antes del testimonio de Auguste Guinnard no se sabía casi nada de Patagonia y menos aún de los patagones”, escribió Jean-Paul Duviols, quien en 2008 publicó una traducción del libro “Tres años de esclavitud entre los patagones (relato de mi cautiverio)”.
Pero como indica el título de Duviols en la introducción del libro, el viaje que inició Guinnard a orillas del Quequén Grande, fue involuntario.
Se trataba de un joven que buscaba fortuna y que se topó con la adversidad y sin querer se transformó en el primer cronista que convivió con los aborígenes.
Según Duviols, a mediados del siglo XIX los “lectores interesados por aquella región -que no eran muchos-, no tenían ni la más remota idea de su diversidad y menos aún de la vida cotidiana de los grupos indígenas que la recorrían”.
Añade Duviols, “al publicar su libro, Guinnard fue consciente de que su aporte científico al conocimiento de pueblos ‘salvajes’ y en vía de desaparición era por lo menos tan importante como su aventura personas, por extraordinaria que fuera”.
Escribió Guinnard: “Se comprenderá que, para un esclavo como lo era yo, no era cosa de unos días, ni siquiera de unos meses, recoger las diversas observaciones que hoy ponto ante los ojos del lector”.
La extraordinaria aventura de Guinnard fue publicada en Francia por la revista Le Tour du monde y tuvo un gran éxito. Incluso Julio Verne, uno de sus lectores apasionados, se inspiró el relato de Guinnard para ubicar el inicio de la popular novela “Los hijos del capitán Grant” en la Patagonia.

La odisea de Auguste
“En los primeros meses del año 1856, después de haber visitado a Carmen (de Patagones), sobre el río Negro, al Sur de la Confederación Argentina, y el Fuerte Argentino, situado en el fondo de Bahía Blanca, andaba errante entre los establecimientos de Buenos Aires, muy distantes unos de otros sobre el río Quequén, rara vez trazado y menos aún citado en nuestros mapas europeos”, escribió Guinnard en el inicio de su libro “Trois ans d’esclavage ches les patagones”.
“¿Qué motivos habían podido llevar a un hijo de París hasta aquella extremidad del nuevo mundo? Unas cuantas palabras me bastarán para darlos a conocer.Como tantos millares de franceses que todos los años abandonan el suelo natal en dirección a las riberas del Plata, había ido yo también, en 1855, con el objeto de buscar fortuna en Montevideo y Buenos Aires”, señala el texto.
“O por lo menos a tratar de adquirir, por medio de mis conocimientos prácticos en el comercio de exportación, la certidumbre del pan cotidiano para mí y un poco de bienestar para la vejez de mi madre”, añade la crónica. “Pero por desgracia mía todo me había salido mal, lo mismo en Montevideo -donde encontré ya instalada una competencia demasiado poderosa para que yo pudiera contender con ella- que en Buenos Aires, presa de una de esas crisis revolucionarias que la agitan periódicamente”.
En su estudio sobre la obra de Guinnard, Duviols señala que el joven no da precisiones sobre los trabajos que debió realizar para vivir, pero “es probable que trabajara un tiempo en una fábrica de jabones”.
“Luego, recorrió una zona muy amplia (Tandil, Azul., Fuerte Argentino, Bahía Blanca, Carmen de Patagones y Quequén). No sabemos cómo se ganaba la vida, pues su relato verdadero empieza en Quequén Grande donde trabó amistad con un italiano llamado Pedrito que se encontraba en una situación parecida a la suya y con quien emprendió un viaje hacia Rosario”, precisó Duviols.
“Después de haber recorrido en balde Mulita, El Bragado, el Azul, el Tandil, Tapalquén y Quequén Grande, puntos importantes de la frontera argentina donde habitan muchos estancieros dedicados a la cría y tráfico del ganado, resolví, sin dejarme abatir por tantas decepciones, regresar a Rosario, donde me aseguraban que tendría más probabilidades de éxito”, relató Guinnard en su libro.
“Un italiano, llamado Pedrito, desorientado como yo en este distrito perdido, me propuso entonces acompañarme, y juntos emprendimos la travesía de la pampa, a fin de acortar la distancia que teníamos que recorrer”, explicó.
La idea no solo era temeraria, sino prácticamente suicida y para el pobre Pedrito en realidad lo sería. A pesar de que en aquella época cualquier persona tenía acceso a un caballo, los dos europeos iniciaron la travesía a pie.
“Para reemplazar a los guías que nuestra falta de medios no permitía proporcionarnos, tracé yo mismo un itinerario en un mapa y compré una brújula, y fiados en nuestras fuerzas y juventud partimos a pie, llevando a cuestas algunas provisiones de boca y caza. Bien conocíamos que se nos presentarían numerosas dificultades, y aun peligros, pero estábamos decididos a arrostrarlo todo”, escribió años más tarde..
“El 18 de mayo de l856 nos pusimos en camino. Esta época del año coincide con el principio del invierno en estas regiones. A nuestra partida comenzó a llover a torrentes, y hacía, además, un frío vivísimo, cuya intensidad aumentaba con el viento muy recio que soplaba de las profundidades de la Patagonia. Este mal tiempo duró cuatro días y nos impidió cazar y hacer lumbre; mucho trabajo nos costó también proteger de la humedad nuestras armas, de las cuales dependía nuestra existencia. En la tarde del cuarto día cesó de llover y un rayo de sol vino a reanimar nuestro ardor;descansamos algunas horas y comimos un poco del pan empapado en agua que nos quedaba”.
Pero la brújula que orientaba a los inexperimentados viajeros no tardó en descomponerse y ambos hombres se perdieron y se adentraron en la Patagonia, donde fueron atacados por un grupo de aborígenes. En vez de entregarse, decidieron luchar, a pesar de su inferioridad de condiciones y Pedrito no sobrevivió al entrevero.
Guinnard fue tomado cautivo y vivió los siguientes tres años en la extrema miseria, como esclavo. Fue vendido por los poyuches, que lo habían capturado, a los puelches, luego a los tehuelches y por fin a los mamuelches. A pesar del calvario que significó la cautividad, nunca perdió la esperanza de escapar y en el tiempo que pasó como esclavo, no sólo aprendió las costumbres y la lengua de sus captores, también se convirtió en un fantástico jinete y logró una fortaleza física que después de tres años le permitió fugarse.
Su odisea, que había comenzado a orillas del Quequén, culminó en Río Quinto, donde se recuperó físicamente. Luego cruzó los Andes y desde Valparaíso volvió a Francia.
Poco se sabe de su vida posterior. Incluso se desconoce cómo murió. Según Duviols, nunca se recuperó psicológicamente de la cruda experiencia de la cautividad. 

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