La historia de Elsa Sánchez, viuda del guionista de historietas Héctor Germán Oesterheld, desparecido igual que sus cuatro hijas -dos de ellas embarazadas- durante la última dictadura militar argentina, es el eje de “La mujer del Eternauta”, el documental de Adán Aliaga, que se vio este martes en el Festival de Málaga.
El trabajo sigue los recuerdos de la mujer que sobrevivió a su familia tras el golpe militar de 1976, sufriendo como pocos el horror del período más oscuro de la historia argentina del siglo XX, que aparece una y otra vez en su recuerdo y en otros testimonios que acompañan el trabajo del documentalista.


El realizador español Adán Aliaga, además de autor de documentales premiados en diferentes festivales, es responsable de uno de los episodios "Kanimambo", una película colectiva que se proyectó el lunes, en la competencia oficial.
"La mujer del Eternauta" es un paseo trágico que muestra la intimidad de Elsa Sánchez con singular crudeza, en un trabajo cinematográfico que comienza con una recreación de viñetas de "El Eternauta", en una Buenos Aires en blanco y negro.
Las voces de varios referentes -desde las Juan Sasturain y Martín García hasta la de Estela de Carlotto, entre otras-, acompañan a Aliaga, quien viaja por el cotidiano de la mujer que se convirtió en símbolo, como todas las madres y abuelas de desaparecidos, de una inclaudicable búsqueda de verdad y justicia.
Así se la ve en una charla íntima con la mujer que hace años la acompaña con las tareas domésticas y con la que, al igual que la cámara de Aliaga, conversa acerca del pasado que la marcó a fuego y del vacío del presente que no puede superar.
Documental contundente, que no es simplemente un compilado de cabezas parlantes sino el resultado de un guión resuelto con rigurosidad que culmina con el retrato actual de la familia de esta mujer que, como ella, tiene memoria y no se rinde.
En la sección oficial de este martes se vieron “Wilaya”, de Pedro Pérez Rosado, y el falso retrato de tono satírico “Carmina o revienta”, del hasta ahora actor sevillano Paco León, acerca de un curioso personaje que parece prima del grasiento expolicía José Luis Torrente.
En su película, León sigue las confesiones risueñas, grotescas y escatológicas de Carmina (Carmina Barrios), una sesentona obesa, fumadora compulsiva, dueña de un bar, que convive con su joven hija, madre soltera, y a lo lejos con su marido, bebedor empedernido.
Sin embargo, el guión toma como eje un suceso -el robo de un montón de jamones de su local- que la llevará a armar un plan muy elaborado para poder recuperar a través del cobro de un seguro, que deviene desopilante.
Más allá del extremo localismo, la película de resulta divertida, en especial al plantear ese juego falsamente documental en el que la protagonista habla a la cámara como si se tratara de una entrevista, una charla disparatada en la que sin pelos en la lengua habla de cuestiones personales.
“Wilaya", la historia de dos hermanas que se reencuentran en los campamentos saharauis, cuenta cómo es la vida allí a través de Fatimetu, una española de origen saharaui, que regresa a los campamentos tras la muerte de su madre.
Fátima encontrará el amor de Said, pero, por encima de todo, se reunirá con su hermana Hayat, un ejemplo de superación que nos demuestra que si se quiere, se puede salir adelante, incluso en circunstancias muy comprometidas.
No obstante sus buenas intenciones, “Wilaya” no supera la prueba que significa un filme sobre el Africa actual y sus problema más relevante es que pierde ritmo antes de que se cumpla la primera media hora, y eso abruma al espectador. (Claudio D. Minghetti, Télam)

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