Ilustración libro Agua de Muerto

No recordaba cuándo había visto por primera vez a la niña. Tampoco si la aparición de la indiecita había sido antes de comenzar a escuchar galopes fantasmagóricos y gritos aterradores por las noches, en medio de la oscuridad y la nada.

Pero sí recordaba que la aparición de la niña india fue más o menos en la misma época en que él se extravió en el campo y cayó al arroyo.

Aunque Nahuel Piedra nunca pudo saber muy bien por qué se extravió, ya que tampoco recordaba (o no quería recordar) lo ocurrido en el tiempo que estuvo desaparecido.

Sólo recordaba aquellas imágenes que se repetían en sus sueños una y otra vez: él caminando a través del arroyo, con el agua a la cintura y con la seguridad de que se caería y se ahogaría.

Había escuchado tantas veces a sus primos contar la historia de cómo él se había perdido y aparecido días después, flotando en el río, muerto, que sus recuerdos se confundían con lo que le contaron.

Pero lo de la indiecita era diferente. Nunca le dijo a nadie de ella y ahora, 40 años después de aquel incidente en el arroyo, volvía a verla. 

Las visiones comenzaron unos días antes de aquella mañana de abril de 1980 en que llegó la inundación. Nahuel sabía que aquello sólo podía significar una cosa: las pesadillas empeorarían y su vida se tornaría aún más insoportable.

Y no se equivocó, el día que llegó el agua, decidió dejar el puesto y dirigirse hacia la casa principal del campo, a orillas de la ruta, donde vivían sus primos José y Abel Felder.

Montó su viejo caballo y comenzó a orillar el arroyo, cuyo cauce desbordado parecía un río en algunos lugares.

Nahuel iba absorto en sus pensamientos cuando creyó ver algo extraño flotando en el arroyo. Al principio le pareció que se trataba de un tronco, pero luego la oscura y rara forma desapareció bajo la superficie.

Cuando el cuerpo reapareció estaba apenas a unos metros de la orilla y Nahuel sufrió tal impresión que por poco cae del caballo.

Pronto un olor nauseabundo golpeó el rostro del hombre, que debió taparse la boca y la nariz con la mano.

Si bien en ese momento el jinete no se dio cuenta, el caballo no se inmutó, lo que sin duda resultó tan o más perturbador que la aparición.

Aunque la primera reacción fue talonear al animal para huir de allí, como el caballo siguió al mismo paso, Nahuel sintió una morbosa curiosidad. Un instante después la necesidad de acercarse al río a ver el cuerpo fue más fuerte que el instinto de supervivencia.

En algún rincón de su mente sabía qué era lo que flotaba en el río, pero aquella tarde, la necesidad de ver nubló su entendimiento. Saltó del caballo en movimiento y corrió hacia la orilla.

Se metió al agua corriendo, como si en los últimos 44 años nunca le hubiera aterrorizado aquel maldito arroyo. El agua le llegaba a la cintura y sus botas se hundían en el barro del fondo cuando pudo acercarse lo suficiente a esa extraña cosa que flotaba en el agua.

Primero pensó que se trataba de una muñeca de madera, envuelta en un poncho. Flotaba boca abajo y los cabellos de la cabeza parecían reales.

Nahuel no dudó ni un instante, tomó el pequeño cuerpo y lo dio vuelta. 

Entonces recordó. Era algo que ya le había ocurrido antes. El miedo golpeó su cuerpo con una oleada de adrenalina justo en el momento que vio el rostro suave y hermoso de la niña.

Fue en ese instante de parálisis que los ojos de la pequeña se abrieron. No tenían iris, los globos oculares eran completamente negros. Tan negros como el interior de la boca de la niña cuando se abrió para devorarlo...

👉Siguente capítulo | 👉Sumario

 --

©  Juan José Flores, 2023. Todos los derechos reservados. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra

Deja tu comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente